Crisis de sistema de representación; partidos entre Palillo y Montesquieu
CARLOS RAMÍREZ / INDICADOR POLÍTICO
Han sido los propios partidos los que están poniendo en duda su papel en el sistema político: al seleccionar a candidatos-pantalla que sólo le lleven votos, están olvidando que el Congreso es la institución de ejercicio de la soberanía popular, el poder que vigila a los otros dos poderes y el encargado de redactar leyes a favor de la sociedad.
Los partidos, todos, están usando las listas para ganar votos con candidatos de presencia popular mediática en actividades ajenas a la política, pero controlando la definición de plurinominales –no hacen campaña sino ganan votos por partido– para los profesionales que realizan las negociaciones oscuras de leyes y funciones y que requieren de experiencia parlamentaria o cuando menos política.
En este contexto, los legisladores han carecido desde hace tiempo de representación del pueblo, a menos que el pueblo quiera ser gobernados por cantantes, deportistas, luchadores con máscara, actores o actrices o hasta personajes populares vernáculos. En este sentido, los cargos de elección popular han perdido su referente de Estado. Ahí está el caso ejemplar del futbolista Cuauhtémoc Blanco, ídolo popular que ganó la gubernatura de Morelos y que ha mostrado su nula capacidad profesional, intelectual, política y de Estado
El poder legislativo y los poderes ejecutivos estatales y municipales se van a mover entre dos extremos: el de Jesús Martínez Palillo como actor crítico y azotador de políticos en las carpas en los años cincuenta –del presidente Miguel Alemán y del regente Ernesto Uruchurtu– con sketch de discursos latigueantes de burlas contra el poder o el ideal del barón de Montesquieu que construyó una propuesta de división de poderes que debían configurar un Estado formal. Ante la incapacidad política, de estructuras y carencia de masas, los partidos han optado por el modelo Palillo.
El poder legislativo y los poderes ejecutivos estatales y municipales forman parte de la estructura de configuración de la república. En la teoría, el poder legislativo es autónomo y su papel además de hacer leyes, es el de vigilar a los otros dos poderes. Por su composición nacional, las dos Cámaras constituyen la soberanía popular o el pueblo representado.
Hoy parece olvidarse que los legislativos nacieron como parlamentos para oponerse al absolutismo de los reyes europeos. La Carta Magna de 1215 marcó el principio de limitación del poder totalizador de los reyes, quienes subían impuestos a capricho para financiar sus guerras o mantener sus cortes. El parlamento se fundó, así, bajo una consigna que debe seguir siendo vigente: “no hay contribución sin representación”, ahora como no hay poder absoluto sin representación.
En México las Cámaras han sido apéndices del ejecutivo por configuración del sistema político juarista-porfirista-priísta vigente a través del partido en el poder. Por eso, la oposición parece decidida a olvidarse de su papel, equilibrador, vigilante y estabilizador y convertir a las cámaras en carpas de merolicos.
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En lugar de políticos profesionales, en las listas de aspirantes antes y ahora aparece una diversidad de oficios sociales y populares ajenos a las labores de construcción del edificio legal y la vigilancia de su funcionamiento. El último movimiento social fracasado fue el de Sí X México, que redactó una agenda y pactó con los partidos de oposición PRI-PAN-PRD su cumplimiento, pero en las listas de estos partidos no aparece la sociedad civil activa y crítica, sino los mismos cartuchos quemados de siempre. Hay que reiterar el caso de la familia priísta Moreira-Viggiano que tendrá en una misma cámara al jefe de la familia, a su esposa, a su hijo y a su secretario particular.
Los partidos han dejado de ser movimientos de masas, de ideologías, de propuestas, de factores de equilibrio y de verdadera representación social de la soberanía popular para convertirse en camiones recogedores de cachivaches, conocidos en el lenguaje de ciencia política propuesta por Otto Kirchheimer como partidos catch-all o partidos cacha-todo o, en mexicano, partidos recogedores de basura.
La transición mexicana a la democracia se propuso en otros términos, pero quedó en una transición hacia el mismo sitio. Hoy el congreso es igual –lo que quiere decir: peor— que en los tiempos gloriosos de Miguel Alemán y la política domesticada como en la época de oro del viejo PRI.
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