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Mensaje Navideño de Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas

Mensaje Navideño de Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas

rita
Mensaje Navideño de Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas
  1. Jesús da a los tiempos la plenitud de su valor y de su significado.

Al llegar la plenitud de los tiempos el proyecto salvífico del amor de Dios se vuelve realidad en la ternura del nacimiento de un niño. Con la encarnación el Hijo de Dios cumple la misión de hacerse hombre por obra del Espíritu Santo para hacernos hijos de su padre y hermanos suyos; para enseñarnos a amar al Padre como él lo ama y amar a nuestros hermanos como él los ama. Vino a instaurar su reino de luz, de paz y de amor. Dios ha entrado en la historia de la humanidad y en ese momento la historia del hombre ha alcanzado su cumbre de significado en el designio del amor de Dios. A través de la encarnación, Dios otorga a la vida humana su máxima dimensión trascendente y su significado más profundo y valioso. Ahora sabemos de dónde venimos y a donde vamos. Ahora sabemos cómo vivir para que la vida no sea una tragedia sino una historia de amor que valga la pena vivir. Ahora sabemos que sólo en él está la salvación.

  1. ¡Hay que volver a Jesús!

Sin Jesús no somos nada, con Jesús todo cobra sentido y valor. Jesús Salvador, estuvo con nosotros, entre nosotros y como nosotros para mostrarnos el amor inagotable, eterno y misericordioso del Padre. Él es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Él es nuestro único salvador y no hay en ningún otro salvación. ¡Hay que volver a Jesús!, ¡hay que conocerlo como si fuera la primera vez que oímos hablar de él!, ¡hay que abrirle las puertas de nuestro corazón de par en par!, ¡hay que recuperar sus palabras como buenas y como nuevas!, ¡hay que encontrar en él y sólo en él nuestra salvación!.

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  1. Toda la vida de Jesús es sanadora.

Jesús se ha hecho niño y ha nacido en una cueva de Belén al no encontrar posada en el mesón. Con este gesto nos enseña muchas cosas, pero sobre todo la humildad que tanto necesitamos para sanar las heridas del corazón. “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso para sus almas” (Mt. 11, 28). En realidad, toda la vida de Jesús es sanadora para nuestras heridas: su familia, su predicación, su escucha e interpretación de las Escrituras, sus actitudes, sus pasiones y acciones, su cercanía con el Padre, su relación con sus discípulos, su distancia crítica con las autoridades, su sensibilidad ante el sufrimiento de los enfermos y desamparados, su confianza en el Padre para aceptar con valor su muerte, su presencia de resucitado y su deseo de quedarse con sus discípulos. Toda su vida es una escuela para sanar las relaciones y para construir y consolidar relaciones sanas y significativas y para consolidar las buenas relaciones con sus amigos.

  1. Jesús escoge una familia, porque Dios es familia.

De recién nacido vivió junto con su familia la experiencia traumática de migrante refugiado, (Mt. 13, 10-18). Hoy día la experiencia de los migrantes y refugiados pone ante nuestros ojos la cruda y traumática realidad de quien tiene que salir de su tierra, familia y ambiente para ir a buscar mejores oportunidades corriendo enormes riesgos que pueden convertir los sueños en tragedias. En la experiencia de la Sagrada Familia que huye a Egipto, vemos también en San José la figura ejemplar de paternidad responsable que carga con su familia para darle protección, atención y cuidado, especialmente en los momentos más difíciles y dolorosos. La familia de Nazaret, es signo de fortaleza para todas las familias que sufren, dejando su lugar de origen por razones de seguridad o buscando mejores condiciones de vida. Jesús quiso vivir en una familia porque para Dios la familia es el ámbito por excelencia para crecer en el amor y porque la familia es imagen de Dios. Dios mismo no es una soledad sino una sola familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia encuentra en Dios su origen, su modelo perfecto, su motivación mas bella y su destino definitivo.

  1. Sanar relaciones y heridas con la fe en Jesús.

Hoy día asistimos a una honda transformación cultural que nos ha traído grandes avances y progresos en el campo de la ciencia, la tecnología, la medicina, la comunicación, elevando así el nivel de bienestar general, pero al mismo tiempo dejándonos una larga estela de secuelas tóxicas y nefastas: traumas, heridas, depresiones, ansiedades, complejos, rupturas, rencores, odios y miedos que laceran el alma y la dejan más triste, acongojada y vacía. La venida de Jesús salvador quiere ayudar a sanar todas esas heridas escondidas pero muy dolorosas. Jesús vino a sanar sobre todo las relaciones humanas básicas de la persona. Es muy importante cuidar la casa común y tener excelente relación con la naturaleza y el medio ambiente, pero más importante es construir y mantener relaciones humanas sanas con nuestro prójimo, especialmente con nuestros seres más queridos y más cercanos. “Ámense los unos a los otros y amen a sus enemigos”, es el mensaje central del evangelio de Jesús. La apertura a un “tú” y la capacidad de conocerlo, amarlo y dialogar con él y reconciliarse con él, es una gran terapia sanadora y signo de gran nobleza del corazón humano. La apertura a un “tú divino” desde la fe, la libertad y el amor, es el acto más sanador para los seres humanos. Reconocer nuestra indigencia y vulnerabilidad, frente a nuestro creador y salvador no nos hace más vulnerables, sino más fuertes y seguros.

  1. Buscar la felicidad donde está.

Buscar la felicidad en la realización individualista y egoísta es un mito, puesto que no nos hace más felices y más plenos. Buscar la felicidad solo en el éxito profesional e individual es un engaño, porque nos deja vacíos y tristes cuando no tenemos con quien compartir ese éxito. En la búsqueda de la felicidad, la clave es la construcción de relaciones sanas y consolidadas desde Cristo y los valores humanos y evangélicos. La alegría que brota de la paz, de la luz y del amor de unas buenas relaciones en la familia, en el matrimonio y entre los amigos, es la alegría y la felicidad más noble y profunda. Esa es la felicidad más grande que podemos disfrutar en esta tierra. Esa felicidad tan ambicionada por los hombres, Dios te la ofrece en esta navidad a través de su Hijo Jesucristo, acéptalo, acógelo en tu corazón, síguelo en tu vida y haz cuanto puedas para que los hombres participen de él. ¡Feliz Navidad!

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+ Pedro Pablo Elizondo Cárdenas. L. C.

Obispo de Cancún-Chetumal

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