Mensaje dominical 5 de febrero: “Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo”.
1. Cuando Jesús pide a sus discípulos que sean luz y que sean sal, está pidiéndoles que sean miembros útiles para la sociedad en que viven. En la antigüedad, ambos elementos tenían la peculiaridad de ser muy necesarios y útiles para la vida cotidiana. La sal servía para conservar y dar sabor a los alimentos, también como remedio para ciertas enfermedades o como elemento de transformación como en el caso de la curtición de las pieles. En el caso de la luz, la utilidad era más evidente, servía para iluminar los espacios comunes, no había luz eléctrica, había candelas, lámparas y antorchas; también servía para guiarse en la oscuridad, se acompañaban con una vela, con una antorcha para ir de un lugar a otro en el campo y en las casas. La luz también acompañaba a las personas en los momentos más alegres como las fiestas y también en los momentos más tristes o en los funerales. Todo esto confirma que la utilidad de la luz y de la sal era esencial en la vida de aquellos hombres que escuchaban a Jesús. Por eso cuando Jesús pide a sus discípulos que sean sal de la tierra y luz del mundo, que sean útiles al crecimiento y a la maduración de la comunidad en que viven. Y también les está pidiendo que lo hagan como Él lo ha hecho, con las obras, con el testimonio de la vida, con las bienaventuranzas que Él les acaba de enseñar.
2. El mundo de hoy necesita esa sal y esa luz del evangelio encarnado en los discípulos. El mundo de hoy más que nunca necesita la luz de Cristo, la sal de Cristo. ¿Por qué a veces a nuestros contemporáneos no les parece relevante la fe en Cristo? ¿Por qué a veces no le encuentran utilidad para sus vidas? ¿Será que no prueban esa sal en los discípulos seguidores de Cristo? ¿No ven esa luz, ese testimonio, esas obras de misericordia en los seguidores de Cristo?
3. Ustedes son la luz del mundo. La luz que irradian los discípulos de Jesús, no es luz propia, es reflejo de la luz de Cristo. Son las enseñanzas de Cristo, que deben predicar, anunciar sobre todo con su propia vida. La iglesia no tiene luz propia, enseña la luz de Cristo. La Virgen Santísima, tampoco tiene luz propia, refleja la luz de Jesucristo. Es luz no de sol sino de luna. La luna refleja la luz del sol. Así es María, así es la iglesia, así es el alma creyente, debe enseñar lo que Jesús enseñó y nada más, no su propia luz sino la luz que viene de Jesús.
4. Ustedes son la sal de la tierra, pero si esa sal se vuelve insípida ¿con que se salará? Ya no sirve para nada, sino que se tira a la calle para que la pise la gente. Los discípulos que no son útiles, que no dan sabor, que no dan luz, son un estorbo. Son tóxicos a veces y no son apreciados sino despreciados por no cumplir la misión para lo cual el Señor les ha llamado: ser sal y ser luz. Para ellos se necesita practicar las bienaventuranzas de tal manera que impresione esa experiencia de pobreza, de humildad, de pureza de corazón, de mansedumbre de paz, de alegría. Cuando hay una experiencia profunda de Jesucristo y del Espíritu Santo con todos sus dones y con todos sus frutos resplandece esa alma, esa persona y se convierte automáticamente en luz del mundo y sal de la tierra. Que la Virgen Santísima nos enseñe a ser luz, a presentar a Jesús, a manifestar a Jesús, a reflejar a Jesús en nuestra vida. Ese es el camino para ser su luz y sal, reflejar las virtudes el amor y las obras de misericordia que practicó nuestro Señor Jesucristo, Así sea.
+ Pedro Pablo Elizondo Cárdenas. L. C. Obispo de Cancún-Chetumal