Leyendo ahora
“Murmullos y cenizas”

“Murmullos y cenizas”

El Juglar presenta “Festival de Terror” (6)

— Y con un relato más allá de lo macabro, que entrelaza el terror psicológico con la memoria familiar y la culpa heredada, concluimos con este ciclo de relatos propios para la época.

Por Amalia Arce López

Los murmullos comenzaron a taladrar mis oídos con mayor frecuencia, salían de los nichos, unos directamente hacia mí y otros rebotaban en las enmohecidas paredes de la cripta y en forma de eco me acosaban; las voces cuyas palabras eran imperceptibles desde siempre han estado en mi cabeza tratando de decirme algo.

De hecho, desde que murió la abuela las percibo sin saber qué eran, ahora sé que son murmullos que salen de los nichos de esta cripta donde hay telarañas por doquier, casi todo está lleno de hongos por la humedad y las partes donde se reflejan algunos rayos del sol están decoloradas, hay polvo mucho polvo que emana a cualquier movimiento que hago.

Eso y las voces hacen que el lugar se vea siniestro y se sienta aún más tenebroso.

De pronto escucho claro lo que dice un murmullo: “Todos estuvieron en el juicio peleando la herencia, pero una vez ganado o perdido ya no hay interés por su muerta”, el escalofrío recorre todo mi ser y trato de alejar ese murmullo de mi mente mientras comienzo a retirar las flores secas que nadie se ocupó de venir a ponerles agua: “soy yo la que tengo que hacerme cargo de las cosas de la abuela desde que tengo uso razón”, esa frase fue aún más nítida como si saliera de mí.

Comienzo a limpiar el lugar para distraer mi mente y tratar de no sentir miedo, pero los murmullos cada vez son más fuertes y parecen salir de esos nichos que solo guardan cenizas. No es una fantasía, las voces se escuchan y son como un lejano recuerdo que han estado en mi memoria por mucho tiempo.

Aquí están los restos de mi abuela y de personas que no sé quiénes sean. A pesar del terror que me invade intento limpiar la cripta: barro, sacudo, retiro vasos de veladoras ya extinguidas, floreros enmohecidos, trato de salir, pero algo me impide escapar, siento el profundo deseo de entender lo que esas voces tratan de decirme.

Una mano me pesca la ropa, no volteo por el pánico. Las voces exigen una explicación: “¿Por qué me quemaron, por qué?”, entonces entiendo que ese era el motivo de sus protestas, no descansan, son almas en pena por una mala muerte.

Una voz se dirige a mí y puedo ver cómo el polvo que escurre de un nicho forma un cuerpo.

— “Tu abuela mandó a quemar los cuerpos, no tuvo el valor de asistir al crematorio ni tampoco avisó a los familiares”.

Claro veo que se trata de una enfermera vestida de blanco entrando a la recámara de mi abuela. Me parece ver que la vieja duerme y otra enfermera se acerca a la que acaba de entrar, le muestra lo que parece una alhaja y luego señala hacia el cajón del tocador, ambas sonríen burlonas y enseguida entiendo lo que pasa, hurtan cosas de mi abuela enferma…

— Aun así, no tenía que habernos destazado y quemarnos —estoy horrorizada por lo que escucho, es como si me hubiera leído el pensamiento y me reprocha; la abuela no estaba en sus cinco sentidos si en verdad hizo eso, pero me resisto a creerlo.

— Sí lo estaba, era un monstruo de ser humano, era cruel, muy cruel —esa nueva voz era la de un eterno enamorado de la abuela, lo recuerdo vagamente—. Mi único pecado fue amarla siempre y eso me costó la vida, tan linda y frágil que parecía, pero estaba llena de perversión.

See Also

Ya no pude salir de ahí para cerciorarme de que todo era una pesadilla, me quedé entre los murmullos y las cenizas que parecían multiplicarse entre reproches, maldiciones y lamentos que me rasguñaban la espalda, no me detuve a ver de dónde venían, sólo pensarlo me aterraba.

Creí ver de frente a una de las enfermeras que venía hacía mí por un pasillo a lo lejos, pero al llegar a mí, ni siquiera me miró se fue de largo hasta pulverizarse. Sentía que la sangre escurría por mi arañada casi llagada espalda, pero ni logrando escapar nadie podría escucharme.

Lo comprendí todo: Mi abuela era una sicópata homicida serial y no vine a limpiar la cripta, vine a recordar que yo también fui arrojada al fuego.

¡Yo también soy ceniza!

Reseña

Amalia Arce López en éste su primera incursión como narradora utiliza una prosa íntima que se va tornando más alucinada conforme avanza el relato. El uso de frases cortas, repeticiones y murmullos crea una atmósfera claustrofóbica. La voz narrativa se fragmenta, como el espejo del final, hasta que se revela como parte del horror, definitivamente una promesa literaria surgida del corazón de la Ciudad de México.

Amalia también es una creativa pintora que utiliza la técnica oriental Sumi-e, arte zen como se define el acto de pintar con tinta china sobre albanene para encontrar el equilibrio.

La Chispa


© 2024 Grupo Transmedia La Chispa. Todos los derechos reservados