Leyendo ahora
El Juglar presenta “Relatos de Arena y Pavimento”

El Juglar presenta “Relatos de Arena y Pavimento”

La mujer trastabillaba por la acera, su sombra era una silueta de grotescas formas que la lánguida luz de los escasos faros de la solitaria avenida imprimía en el muro del cementerio de Cancún.

Se detuvo un momento para sacar de su bolso un espejo y retocar la plasta de maquillaje que cubría el avejentado rostro; remarcó aún más sus gastados labios de púrpura profundo. Se miró a sí misma y maldijo el exceso de carne que sus escotadas y estrechas ropas no podían aprisionar.
Continuó su camino hacia el interior del cementerio resbalando y tropezando entre tumbas y criptas.

Una rama rasgó la media negra a la altura del muslo derecho, el canal que se abrió en la fina malla corrió hasta el talón y una vez más la mujer escupió maldiciones; sin ningún asomo de temor o respeto por los difuntos que ahí yacían siguió su marcha hasta detenerse ante una abandonada tumba.
De su bolso sacó una botella de ron y bebió un generoso trago, luego se dejó caer sobre la húmeda tierra y en tono conciliador comenzó a hablar:

— Hola tía, disculpa por haber llegado un poco tarde a la cita, pero la ciudad ha ido creciendo y cada vez es más difícil llegar de un lugar a otro. Bueno qué chingaos, comencemos desde el principio para seguir analizando las cosas que nos llevaron a este pinche final —tras prolongado suspiro y otro gran trago que casi deja vacía la botella, la mujer continuó:

— No sé cómo te las arreglaste para obtener mi patria potestad, pero sé que lo hiciste por tu maldita costumbre de dominar a toda la familia. Te jactaste hasta el cansancio de ser la responsable del éxito y la rectitud de todos los parientes que crecieron bajo tu custodia. Con cuánta satisfacción los escuchabas decir que gracias a ti eran personas respetables y honorables.

“¡Pero no lo hacías porque te naciera del corazón, yo sabía qué lo hacías por tu cobardía para hacer tu propia vida, por eso nunca te casaste ni te apartaste de nadie! ¡Siempre detrás de todos, metiendo tus narices en donde no te llamaban, aconsejando, ordenando, imponiendo tu estúpida voluntad!”

La mujer ahogó un furioso sollozo que transformó en una grotesca mueca de fascinación:
— ¿Recuerdas cuando cambié ese ridículo uniforme de colegiala por esa minifalda roja y esa blusa tan escotada, y que no dejaban nada a la imaginación? Claro que lo recuerdas, fui la sensación de esa fiesta para todos los primos y los tíos que nunca se cansaron de comerme con la mirada y el gran escándalo para ti y las otras guacamayas de la familia.

“Y, según tú, para corregirme, me trajiste a Cancún, este gris nido de víboras; creo que fue peor para las dos. Tú comenzaste a tomar pastillitas de colores después de cada coraje que te hacía pasar y yo me volví más desvergonzada, sólo para escandalizarte y hacerte reventar como sapo querida tía. Claro que con el maldito calor que hace aquí cualquiera desearía de buena gana andar desnuda.

“No puedo negar que para mí era maravilloso sentirme deseada por los hombres, pero cada vez que estaba con uno era para reírme de ti, de todo lo que te negaste a disfrutar por simplona, flaca y fea. Quizá te habría agradado ser como yo, quizá no te hubieras pasado la vida desquitando tus frustraciones con los que te rodeaban, quizá la familia no hubiera sido el modelo que tanto anhelabas, pero tal vez todos hubiéramos sido más felices, hasta tú.

“Me olvidé del ballet, en este lugar nadie tiene gusto por el arte, aunque sí llegué a ser bailarina de un mugroso antro del Party Center, pero al fin bailarina o como prefieras llamarme. Qué más da”.
Dos gruesas lágrimas tiñeron el rímel de transparente amargura mientras sus dientes crujían de sincero dolor por lo que alguna vez ilusionó.

— ¿Sabes? La imagen que me creé para destruirte también acabó conmigo, así como tú liquidaste todas tus pastillitas, primero una a una, dos a dos, tres a tres, hasta que fue de montón a montón. Después de tanto placer por llevarte la contraria, por sentirme admirada y deseada, ya no me queda nada; me estoy volviendo vieja, ya no tengo gracia; hace poco un cliente me dijo que yo habría de pagarle a él porque ya ni siquiera sé bailar. Perdí el ritmo, a la mejor desde que moriste.

See Also
! Rehabilitarán el Refugio para Mujeres en Playa del Carmen para proteger a víctimas de violencia.

“Lo peor es que lo que soy me pesa, me pesan las miradas lascivas, me pesa todo ese tiempo de ir de hombre en hombre, me pesa que hayan visto mi cuerpo y no mi graciosa forma de bailar de antaño, como tú lo hacías cuando era tu sobrina”.

Tras esas palabras, terminó por rasgarse las medias que llevaba puestas, se puso en cuclillas y continuó su reproche con una voz que chorreaba melosa resignación:
— Aunque he perdido toda vergüenza y pudor ya no quisiera vestir así porque cada vez me veo más ridícula, pronto tendré que usar una faja y ponerme más maquillaje, voy a parecer una payasa con lonjas.
“A veces te busco en el cielo y quisiera que bajaras a educarme a tu manera, quizá ahora nos entenderíamos mejor; pasearíamos por las playas como alguna vez lo hicimos, calladitas, yo en mis rencores y tú en tus normas morales, pero sonriendo con las gaviotas.

“Tengo que irme, tía; antes, como era la mejor, cerraba los espectáculos, ahora me mandan por delante y muy pronto tendré que venir a los tugurios de las regiones, bueno, estaré más cerca de ti para escandalizarte. Je, fue broma, hasta el próximo año a la misma hora”.

Se puso unas medias nuevas que llevaba en el bolso, se sacudió y se volvió a retocar el rostro; tan mecánicamente que parecía un zombi en la oscuridad, y se alejó de la tumba; al poco rato, una ráfaga de aire se llevó las desgarradas medias junto con la desgarrada esencia de una mujer acabada prematuramente.

José Luis Barrón


© 2024 Grupo Transmedia La Chispa. Todos los derechos reservados